Cosas de bibliotecarios: una anecdota peruana / Alfredo Mires Ortiz



Hace ya muchos años, en la comunidad de Paucapampa*, los comuneros se hallaban reunidos en asamblea cuando, de pronto, sin aviso y sin saludo, un grupo de autoridades con resguardo policial y procedentes de la capital de provincia irrumpió tomándose la palabra y avisando que –a partir del siguiente fin de semana– iban a comenzar la construcción de la carretera y que todos los comuneros estaban obligados a trabajar por turnos.

Los campesinos, con la mayor humildad, preguntaron cuánto les iban a pagar y las autoridades les dijeron que nada, que estaban obligados por ley a trabajar.

Los comuneros preguntaron entonces si les iban a dar la alimentación o las herramientas. Y las autoridades les contestaron que no, que el trabajo era obligatorio y gratuito…

Varias de esas autoridades eran propietarias de camiones y por eso les convenía muchísimo contar con esa carretera para comprar baratos los productos de las chacras y venderlos luego con sobreprecio en los mercados.

Hubo murmullos cabizbajos en la asamblea y estaban a punto de aceptar cuando, de pronto, don Erasmo, un campesino ya mayor, pidió la palabra:
– Disculpen, señores –dijo–, pero aquí hay un error.

– ¡Aquí no hay ningún error! –dijo el subprefecto– ¡Ustedes me empiezan a trabajar en la carretera a partir de la próxima semana!

– ¡No, señor! –dijo el comunero, se remangó el poncho y levantó el brazo blandiendo un libro–. Nosotros somos peruanos y ésta es la Constitución Política que nos ampara. Aquí, en el Capítulo I, Artículo 2º, inciso 24, punto a. dice que “Nadie está obligado a hacer lo que la ley no manda, ni impedido de hacer lo que ella no prohíbe”; el punto b. dice que “Están prohibidas la esclavitud y la servidumbre en cualquiera de sus formas”. Y en el Capítulo II, Artículo 22º, dice que “Nadie está obligado a prestar trabajo sin retribución o sin su libre consentimiento”.

Un inquieto silencio se impuso en la Asamblea, hasta que uno de los mandamases preguntó:
– ¿Tú quién eres?

Don Erasmo respondió:
– Soy el Bibliotecario Rural de esta comunidad.

Aquellos señores se retiraron con las cajas destempladas. ¡Al día siguiente nos pusieron –a don Erasmo y a varios de nosotros– una denuncia con orden de captura!

Tomado de Que sabe quien


El autor  es un bibliotecario peruano que como afirma su colega Daniel Canosa  “ha desandado los caminos de la bibliotecología comunitaria, cultivando una construcción crítica y filosófica en torno al rol social bibliotecario. Es un educador que le ha puesto el cuerpo a las ideas. Eduardo Galeano supo  ilustrar el alcance de su obra comentando la dicha que significó leerlo. Verdaderos hitos de la tradición oral lo tuvieron por protagonista: la creación de la Red de bibliotecas rurales de Cajamarca y el proyecto Enciclopedia Campesina. Acaso sin saberlo, le otorgó una voz a quienes por siglos nunca la tuvieron, les hizo entender a los campesinos, a través de la promoción de la lectura, que todos los ciudadanos son sujetos de derecho, y como tal, los mismos no pueden ser vulnerados. Resulta necesario comprender lo que hizo, un bibliotecario de alma que nunca dejó de caminar, y que caminando construyó sentido entre sus paisanos. Resulta imposible enumerar las huellas que dejó este verdadero “orfebre de los saberes”.

* Paucapampa es una localidad de poca población en el departamento de Cajajamarca, Perú.



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