¿Cuan vigentes son las inquietudes expresadas hace 43 años por el escritor?
La Generación O sea
Luis Rafael Sánchez
Recientemente —y el adverbio
flexibiliza la distancia temporal— un estudiante contestaba a mi pregunta
sobre la mala novela de un buen poeta de la manera siguiente: "O sea que
el personaje se suicida a sí mismo, o sea con una dosis grande de
supositorios".
La referencia al personaje que, en el colmo
de las osadías, se suicida a sí mismo, no es la noticia más relevante de la
respuesta citada. Tampoco lo es el testimonio curioso de la ingestión masiva de
supositorios aunque una cantidad generosa de los mismos sintetice la capacidad
letal del exceso soporífero: cada quien se suicida por la vía de su apetito o
preferencia. De las formas que ha de tomar el suicidio no hay legislación
vigente: lo que revela, además, la necesidad urgente de publicar un breviario
sobre el particular en la hipotética serie coleccionable HÁGALO PERSONALMENTE.
Tal publicación evitaría o fomentaría no sólo suicidarse en primavera sino que
también los suicidios ejemplares como el que escoge —borrascoso pero elocuente—
el protagonista de la novela española del siglo quince CÁRCEL DE AMOR.
La noticia relevante de la respuesta citada
es la repetición, una, diez, cien veces de la frase O SEA, utilizada como
angustioso recurso de ciego de la lengua que adelanta ese torpe bastón
inseguro y vacilante; o sea que reclama la palabra distante que ni llega ni
alumbra porque ha sido almacenada en la región de la inteligencia que
llamaremos, arbitrariamente, de la expresión cierta; región desde la cual
asimos la realidad o la porción de aquella que nos importa y conmueve, hecha
toda de palabra la realidad.
En el acopio, la selección y el inventario
de las palabras que totalizan la pertenencia individual lo que se hace es
acopiar, seleccionar o inventariar nada menos que la idea misma de la vida y,
a su vez, las involuciones y las revoluciones que la configuran: en toda
palabra se concreta una experiencia de rigor social que nos impone y expone,
toda palabra nos fecha en la historia mientras nos historia, toda palabra nos
ficha, taxativamente, en la moral. Fecha y ficha plenamente completadas por la
simple manifestación del pensamiento más simple.
Escribo en puertorriqueño cuando llamo a la
frase O SEA recurso ciego de la lengua o muleta dolorosa de quien ha sido educado
para no serlo; educación, la oficiada en el salón de clases, reducida al
aparato circunstancial justamente prescindible. Cuando el estudiante aludido en
el párrafo inicial se lanza a la exposición desde el equívoco trampolín que es
la frase O SEA adelanta que no dispone de la palabra que más tarde, en el
reconocimiento de la impotencia verbal, jurará tener -paradójicamente— en la
punta de la lengua. La frase O SEA pretende completar, precisar o hasta
traducir la afirmación primera: o sea que el personaje se suicida a sí mismo
con pastillas de dormir a una lengua creídamente eficaz: o sea que el
personaje se mata a sí mismo.
La reacción siguiente a lo que apenas si es
balbuceo lógico es francamente desoladora: donde no ocupa la palabra se coloca
una sonrisa mediana o mediadora, se organiza una gesticulación trunca, se
oscurece la sílaba última de la oración como advertencia de la limitación o
mutilación expresiva aunque la causa se desconoce o se aparenta desconocer.
Escribo en puertorriqueño cuando digo que
entre nosotros no se maneja la lengua con comodidad, con soltura y cabalidad,
con la naturalidad y el empeño de aquel para quien la lengua no es motivo de
tensión pero sí el aparato que transmite su vibración íntima: la espiritual, la
ideal, la material. jQjo! No me refiereo a una lengua de falsificado hispanismo
y casticismo maltrecho, refulgente de mantones, castañuelas y zetas que
quiebran el oído. Tampoco a una lengua de soterrada intención clasista y
erudición de antología descompaginada con la que se trafica por las academias
de artes y ciencias, las directivas de clubes cívicos y la telúrica poesía del
pendejismo lírico que tan larga carrera ha hecho entre nosotros. Hablo del
embarazo en organizar la experiencia desde lapalabra corriente, lozana; hablo
de la dificultad en la posesión firme, profunda, clara, de nuestra lengua,
nuestra única lengua, pese a la mentira burocrática del bilingüismo.
La vacilación nominativa, la recurrencia a
la piedad del O SEA traductor de un pensamiento que jamás se efectúa, la
sustitución de las palabras reales por los términos de grotesca manufactura
como el DESO, la DESA, el COSO, el COSITO ESE, la COSITA ESA, la VAINA ESA, el APARATITO QUE ES COMO UNA
COSITA REDONDITA, participan de una explicación rasa: la educación
ambivalente, colonizada y colonizadora a los niveles simultáneos del hogar y
la escuela.
Chiquiteo y mamismo, nieve y ardillitas
juguetonas de Central Park, faldas de la madre y la abuela y la tía y la
maestra y la principal escolar, y el cura, los cabin del buenazo de Lincoln y
árbol de cherry del perdonado por verdadero Jorge Washington, huevo de Easter y
brujas de Halloween; el niño puertorriqueño recala en la palabra tras un viaje
por la más oscura de las selvas como ha planteado, deliciosamente, el escritor
Salvador Tió en su artículo AMOL SE ESCRIBE CON R; selva
oscura e inhóspita donde la palabra niño revierte a la reducción más pueril e
insensata: el niño es el niñito además de ser gordito o flaquito, peludito o
calvito, feíto o graciosito; el niño tiene una naricita en vez de una nariz, el
niño toma lechita en vez de leche— el criterio selectivo de la mamita decidirá
si toma de las Tres Monjitas, el niño defeca una caquita blandita pero jamás
una caca blanda, el niño se queda dormidito en una cunita pero nunca dormido en
una cuna. La enumeración es infinita y hasta auspicia el razonamiento malsano
de que Blan-canieves y los siete enanitos es la expresión más
alta de nuestra literatura nacional.
La protección diminutista no sería lesiva
si las palabras murieran cuando son pronunciadas, si se consumieran una vez
dichas, si no albergaran la intensidad de un corazón que late. Pero una palabra
es mucho más que una palabra: es una toma de poder, una arma que permite la
modificación de la circunstancia, una licencia para instalarse en el mundo.
Tras ese chiquiteo inicial se dispone la reducción de la palabra en su
contenido y su número; falta, en la que, torpemente, se asume que el niño
chiquito está incapacitado para acumular un vocabulario amplio y exacto. Del
chiquiteo cuyos ITOS e ITAS presuponen una inmensidad de dulzura y cariño se
pasa a la utilización de los términos de grotesca manufactura como el DESO, la
DESA, el COSITO, la COSITA, la VAINA, el APARATITO QUE ES COMO UNA COSITA
REDONDITA: sustitutivos imposibles para la nominación correcta del objeto.
Mediante este proceso la realidad se elementaliza hasta hacerse extraña y desconocida
y la palabra se niega o se escamotea. La facilidad necia que se le adelanta al
niño en los años del ahorro léxico se convierte, una vez adulto, en la más
patética de las dificultades: la imposibilidad de la fluidez verbal meramente
aceptable.
La escuela puertorriqueña es un carnaval de
veleidades: bailoteo y caridad putrefacta, ropaje y máscaras alegrotas,
ceremoniales de graduación y santoral académico, Patrulla Aérea Civil y
Futuras Amas de Casa de América: orientación rotunda para la desorientación
rotunda. La tontería se eleva a categoría, la frivolidad también. Como si el
norte de todo el sistema educativo puertorriqueño fuera el fracaso
estrepitoso.
Escribo en puertorriqueño y llamo
generación O SEA a aquella a la que se le pospone la construcción de la
libertad social de la palabra: suma mayúscula de las otras. Esa libertad se
cumple cuando el individuo se educa para saber el nombre exacto y escueto de
las cosas: sin falsificaciones, sin bizquera semántica, sin DESOS ni O SEA
trágicos que impiden formar -lisa y llanamente que un personaje se ha suicidado
con soporíferos. En su libro El laberinto de la soledad, afirma
el mexicano Octavio Paz que "la crítica del lenguaje es una crítica
histórica y moral". Buen tratado para un comienzo: la palabra, historia y
moral en una sola ecuación.
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